Para lograr una aproximación a Esquilo, debemos, en primer lugar, situarnos en el contexto de su obra. Si bien el teatro actual le debe todo al griego, se asemeja poco a él; menos aún al de Esquilo.
Los autores coinciden en que los orígenes del teatro se encuentran en el ditirambo, en los cantos y sacrificios a Dionisos, en las fiestas dionisíacas. Dionisos, dios engendrado por el mismo Zeus, es un dios sufriente e infortunado, pero también alegre y joven. Se gana su lugar en el Olimpo luego de mucho penar. Dios poeta y músico, casi tanto como Apolo, rivales en ocasiones, amigos en otras, dividirá, junto con él, dos líneas de musicalidad en el mundo heleno. Para ser más precisos, marcarán dos líneas constitutivas del ser griego: lo apolíneo y lo dionisíaco, distinción fundamental y primaria para comprender el nacimiento y la esencia de la tragedia.
Las fiestas dionisíacas eran frecuentes en Atenas. Estas celebraciones de la naturaleza donde se venera a un dios de la vegetación, pueden parecernos a nosotros, ya hastiados de presenciar las alternativas regulares que marchitan y renuevan la Naturaleza, incomprensibles o sinsentido. No alcanzamos a entender las sensaciones de una raza aún nueva que contempla el espectáculo de los fenómenos que acarrea el curso de las estaciones: la plenitud y el ocaso de los días; el esplendor y la decadencia del sol; la agonía y la convalecencia de los vegetales. Esta civilización, contemplativa por naturaleza, no podía soslayar este hecho, y menos aún evitar acercarlo a lo divino mediante la fiesta y la ofrenda sacrificial. Así se honraba al dios que tenía mayor influencia cotidiana.
No obstante, los antecedentes formales del nacimiento del teatro exceden el objetivo de esta entrega, que se propone destacar la originalidad y particularidad de Esquilo como pensador y poeta. Pocas obras llegaron a nosotros: sólo siete, entre las cuales se cuenta una única y magnífica trilogía, que merece un trato aparte (la Oresteida). Como preámbulo al tema enunciado, dos son los tópicos que necesitamos delinear: en primer lugar, el hombre griego; en segundo lugar, la tragedia como ente vivo.
Para entender a Esquilo, debemos asomarnos al hombre griego, un hombre glorificante. Ello implica que, al mismo tiempo, es cognoscente, contemplativo (theorético). Ambas líneas se funden entre sí; cuando se separen, marcarán la decadencia del mundo griego.
La contemplación implica la relación entre dos concretos: el hombre y la realidad circundante. Esta contemplación es trasladada por el hombre griego al mundo divino, al mundo del hombre y de la realidad circundante (cosmos). Así, se comprende con mayor intensidad lo que implica el culto para el griego, la ofrenda, el sacrificio y su importancia en la vida cotidiana.
La theoría (palabra griega que significa contemplación) entraña, en consecuencia, un constante sistema de vínculos que se realizan entre estos concretos: el hombre y la realidad circundante. Pero el hombre theorético, el griego, no era sólo contemplador, sino también descubridor, porque el vínculo de lo concreto con lo concreto ejercita las cualidades interpretativas del espíritu, que es una lumbre que se proyecta sobre la realidad y la penetra. Será éste hombre griego, entonces, el que asuma la realidad, la incorpore, la entreabra y la explique, aunque más no sea en forma elemental.
Al ser la contemplación no sólo un acto de posesión inmediata, sino también, y al mismo tiempo, el descubrimiento de la estructura íntima de la realidad, no debe sorprendernos que este hombre se descubra a sí mismo. El hombre es el elemento más sublime de la realidad. Consecuentemente, este carácter theorético y descubridor del hombre griego se traslada a él. Se descubre a sí mismo en un acto de autocontemplación y de autointerpretación que alcanza los estratos más profundos de su realidad. Esto explica por qué el griego descubre la base de lo que serán todas las ciencias, es decir, todo modo de conocimiento de la realidad. Y Esquilo enseñará a qué precio el hombre alcanzará este bien.
Nuestro poeta es griego. Es un hombre sumamente contemplativo y, por ende, asciende en la línea cognoscente, y por ello es glorificante. Escuchemos ahora a Hesíodo, un momento tan solo, pero que nos acercará a la experiencia, a la comprensión de lo que tratamos.
Asistamos al momento culminante y al principio de lo que en otro lugar llamáramos sucesión poética, y cómo el hombre debe glorificar lo divino para alzar, precisamente, al hombre.
“Estas (las musas) precisamente en cierta ocasión enseñaron un bello canto a Hesíodo mientras apacentaba sus corderos al pie del divino Helicón. He aquí las palabras que en primer lugar me dijeron las diosas, las Musas olímpicas, hijas de Zeus, portador de la égida: Pastores rústicos, oprobiosos seres, sólo estómagos, sabemos decir muchas mentiras semejantes a verdades, pero sabemos, cuando lo deseamos, cantar verdades. Así dijeron las hijas bien habladas del gran Zeus; me dieron un cetro tras haber cortado un admirable retoño de florido laurel; me infundieron una voz divina, para que celebrara lo venidero y lo pasado, y me incitaron a celebrar el linaje de los felices sempiternos y a cantarles a ellas mismas siempre el comienzo y al final”.-
He aquí la relación, entre poesía y profecía, a partir de la inspiración. La poesía es canto, es música. El griego es un ser musical y, afirmaríamos, coral. El canto, es decir, la poesía, es la verdadera forma de expresión humana. Y es el poeta quien, una vez inspirado, tiene la misión primordial de celebrar el orden divino y humano.
La línea glorificante se inicia con Hesíodo, el primer inspirado; es asumida luego en su plano comunitario (coral) con Píndaro, y Esquilo, resumiendo a ambos por medio de la tragedia, incorpora un elemento nuevo: la indagación, contemplación e interpretación del destino del hombre. La interioridad de lo divino alcanzada con Hesíodo como poeta que canta a los dioses, y la interioridad elevada a un estadio superior, la comunidad, con la expresión concreta y viva del canto coral de Píndaro, se resume, y completa, con el elemento trascendente y opaco a la razón y a la inteligencia: el Destino.
En esto reside la relevancia de Esquilo, quien, en continuidad con sus antecesores en esta línea glorificante, se enfrenta al Destino, pesada cruz de los griegos.
De este modo, Esquilo se revela como pensador. Es un prefilósofo, ya que no desarrolla un sistema, y porque la poesía precede a la filosofía. No existe filosofía que parta de bases abstractas: allí donde se desarrolla ésta, existió aquélla.
La tragedia nace como una concepción del destino trágico del hombre. Si bien tiene un destino concreto, existe en él, un elemento irreductible, inexplicable y misterioso. A esto se le da una interpretación que será elaborada y desarrollada por los trágicos, entre ellos, Esquilo. Volveremos luego a esta interpretación, quid de la tragedia esquiliana.
Indicaremos, antes de proseguir con nuestro poeta-pensador, ciertos rasgos de la tragedia como elemento vivo y expresión cultual del griego, muchas veces soslayado por los autores que, con una mirada superficial, pragmática y a-mistérica, describen formalmente el fenómeno teatral de la tragedia griega. Nosotros pretendemos asomarnos a ella, conscientes de la franja insalvable que el mundo moderno ha construido para separarse definitivamente de esta tradición. Procuraremos alcanzar un destello, del espacio mítico cultual que encarnaba la tragedia griega, más específicamente Esquilo, trágico mayor. (Dejamos para otra oportunidad la relevancia del coro en toda creación esquiliana, en honor a la brevedad).-
Esquilo posee el mito, el cosmos y el elemento supranatural e inefable del destino del hombre. A Esquilo le preocupa el destino trágico del hombre y busca entender el motivo.
El misterio del dolor humano como un envío de los dioses atribuló durante siglos al hombre griego. Esquilo, como poeta, toma el mito, pero no se limita a representarlo como una expresión escénica de la saga, sino que en él encuentra la materia para desarrollar una idea que versa sobre el destino del hombre, su porqué. El problema del drama de Esquilo no es el hombre, sino el destino. Así lo entiende W. Jagger, refiriéndose a Esquilo: “La mano del poeta se muestra en la introducción (al mito) de Dios y el Destino”.-
Para Esquilo, la idea del destino se haya comprendida en la tensión entre su creencia en la inviolable justicia del orden del mundo y la emoción que resulta de la crueldad demoníaca y la perfidia de até, por la cual el hombre se ve conducido a conculcar este orden y al sacrificio necesario para reestablecerlo. De este modo, se inicia una serie inacabable de venganzas reclamadas por las Erinias a causa de la hybris cometida. (En la trilogía a la cual nos referimos precedentemente, se recorre el camino cuya meta será el orden, el fin de las inacabables acciones vengativas y la transformación de las sedientas vengadoras, en Euménides benévolas. Se alcanza al fin una justicia objetiva.)
En Prometeo encadenado –el Titán que trajo a la oscura humanidad, desplazada a las cavernas, la irradiación de la cultura– el sufrimiento se convierte en el signo característico del género humano. Esta tragedia nos permitirá conocer y comprender la religión trágica de Esquilo y de toda su creación trágica.
Esquilo revive el sufrimiento de Prometeo, el amigo de la humanidad. Pero no agota el sufrimiento en el individuo, en el dios encadenado, sino que trasciende su propia existencia particular para convertirlo en el sufrimiento de la humanidad toda. Así, Esquilo forja un simbolismo muy fuerte del heroísmo doloroso y militante de toda creación humana como la más alta expresión de la tragedia de su propia naturaleza.
La osadía espiritual de Prometeo lo lleva, voluntariamente, a transgredir el orden establecido por Zeus, los límites que éste le ha impuesto a la humanidad. La fuerza creadora no conoce límites, y Prometeo avanza. Se distancia de sus hermanos, los titanes, y en su desmedido amor a los hombres, eleva a éstos y los acerca a la lumbre que los transporta de la eterna noche en la que se encontraban a la claridad creadora del día. Esta obra es parte de una trilogía que se ha perdido. No obstante, gracias a los fragmentos que han llegado hasta nosotros sabemos que el tiránico Zeus del Prometeo encadenado muta a un dios justo y comprensivo que se reconcilia con el titán (La liberación de Prometeo).
Así, el orden olímpico, con Zeus en el trono, ha vencido al antiguo régimen por su ingenio espiritual, por su sabiduría. Zeus ha ordenado la existencia. Pero para alcanzar esa sabiduría, él mismo, el rey del Olimpo, ha debido sufrir. Combatió, arrebató el trono en feroz lucha. “El más alto conocimiento se alcanza mediante el sufrimiento”. Esta es la concepción esquiliana. Y el símbolo se encuentra en la crucifixión de Prometeo y en el dolor de la humanidad toda para alcanzar las artes, dominar las ciencias, es decir, civilizarse.
Esquilo encuentra el fundamento del sufrimiento, del destino doloroso del hombre: sólo se llega al más alto conocimiento por el camino del dolor. Éste es el fundamento originario de la religión trágica de Esquilo. Sus obras están fundadas en esta unidad espiritual. Podemos señalar la línea ascendente en este camino desde Prometeo, pasando por Los persas –donde Darío proclama este conocimiento– y las plegarias de Las suplicantes, dolorosas y reflexivas, donde las danaides se esfuerzan por comprender los inextricables designios de Zeus; finalmente, en la solemne plegaria del coro de Agamenón, la fe personal del poeta encuentra su más sublime expresión:
“¡Zeus, quienquiera que sea! Si gusta
De ser así llamado,
Así también te invoco.
Nada comparable hallo
Con él por más que peso
Y peso, si quiero realmente expeler toda vana
Inquietud de mi espíritu.
Aquel que potente era antaño
Y florido en su fuerza
Invencible, hoy no es nada;
Y quien lo derribara
Halló el sucesor pronto.
“¡Zeus!”, gritará en son de triunfo el que aspire de veras
A comprenderlo todo.
Él que aportó a los hombres
El saber proclamando
Que sufriendo se aprende.
Destila el corazón insomne
Dolor del viejo mal y viene
La templanza al rebelde,
Favor de los imperiosos dioses
Que al timón van sentados”.
Con la invocación del primer verso citado, Esquilo se ubica en situación de adoración, la puerta tras la cual se encuentra el eterno misterio del ser. El dios cuya esencia sólo puede ser presentida mediante el sufrimiento que promueve su acción. Un dios por encima de las Moiras, del destino doloroso, que ordena y trae tranquilidad, y otorga sentido a la existencia sufriente del hombre.
Así, Esquilo alcanza el más alto vuelo poético e intelectual. El mito se transforma en puro símbolo; celebra el triunfo de Zeus sobre el mundo originario de los titanes y su fuerza provocadora que se opone a la hybris. A pesar de todas las violaciones siempre renovadas, el orden vence al caos. Tal es el sentido del dolor, aunque su comprensión no sea total (no olvidemos el misterio, presente siempre en la tragedia esquiliana).
Esta realidad mística de Esquilo se expresa en el coro. Los corazones piadosos se conmueven con este canto, y alzan sus voces para celebrar al Zeus vencedor. La fuerza del coro en la Idea del poeta es esencial para su tragedia. En todas sus obras es el coro el que proclama esta verdad, el que celebra el orden justo de Zeus y la ley por él impuesta: por el dolor se llega a la sabiduría. He allí al trágico en toda su dimensión. Su concepción de la existencia es trágica; su poesía abarca la existencia. Sus dramas son los dramas de la humanidad toda, en trágico combate por alcanzar la sabiduría, la civilización, la verdad.
Esquilo es y será el poeta trágico por excelencia, ya que la tragedia se gestó, en su esencia, con él, para siempre.-
Federico A. Mentasti.-
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