viernes, 4 de mayo de 2007

MIENTRAS TENÉIS, OH, NEGROS CORAZONES... RUBEN DARIO

Mientras tenéis, oh, negros corazones,


Conciliábulos de odio y de miseria,


El órgano de Amor riega sus sones.


Cantan: oíd: "La Vida es dulce y seria."


Para ti, pensador meditabundo,


Pálido de sentirte tan divino,


Es más hostil la parte agria del mundo.


Pero tu carne es pan, tu sangre vino.


Dejad pasar la noche de la cena,


-oh, Shakespeare, pobre, y oh, Cervantes, manco-


y la pasión del vulgo que condena.


Un gran Apocalipsis horas futuras llena,


¡ya surgirá vuestro Pegaso Blanco!


 


 


De la cercana y remota tierra nicaragüense, avanzada de la conquista y evangelización, nos llega un canto: "La Vida es dulce y seria" (dulce porque existe el Amor, y seria porque es el camino hacia Dios, que es la Vida con mayúsculas).


Un canto presupone un cantor, un poeta. Y dichosa la tierra que pueda contar entre sus retoños, uno divino; es decir un elegido delas musas. Un cantor, o como dijo alguna vez el "Pepe" Larralde, un decidor.


Este decidor-poeta, con evocación persa en su nombre e inspiración helénica en sus versos, atrae nuestra atención y nos habla a los que a pesar del bienestar mundano y sus halagos, buscamos la excelencia en aquello despreciado por el vulgo apasionado. Amonesta a los mediocres y resentidos; a los negros corazones, y les presenta combate.


En el lugar del pensador meditabundo, conoce nuestro bardo el desencanto, el olvido y el sin sabor mezquino del hombre. Pero también se sabe vino, inspirado y protegido, luego de beber del cáliz, imposible de rechazar, aguarda la fuerza de la vida original, sempieterna, a la cual se llega montado en un Pegaso Blanco.


Poeta y profirente, Federico Hölderlin desgarró las entrañas de su patria, helenizando la existencia misma de aquellas tierras, ya hastiadas de la vida falsificada del protestantismo, y del cristianismo edulcorado. Con el Poeta Germano entronca la línea numinosa-profirente de la hélade, aquélla que diera vida y razón al occidente, desde el Mhytos-Logos homérico (aún sin disyunción en su obra), y con Píndaro como punto fijo de rememoración de la antigüedad sacra. Adviene, en Inspiración luminosa, nuestro poeta, a cantar a la Naturaleza como manifestación gloriosa de la existencia, y al Hombre, al Hombre capaz de Dios, para que en arrobamiento, como manifestación del alma ociosa, se conozca a sí mismo.


            Doliente, Hölderlin supo extraerse del mundo circundante, con sus deberes y trabajos, con sus afanes vanos y divergentes, para convivir, como otrora los helenos, con los dioses y su manifestaciones, "He crecido en brazo de los dioses...". Fue un no resignado, a vivir una existencia indistinta, sin colmo, vulgar y anodina; en fin, conformista, característica de los débiles.


 


"¡No, no me resignaré!, Avanzar siempre


como un niño, como un prisionero,


a pequeños pasos, medidos por anticipado,


día tras día. ¡No, nunca me resignaré!"


 


Así comienza "El laurel". Y en ello sentimos, junto con Federico Gorbea, que no está declamando una modesta fórmula que le prestara el mero deseo de impugnar al mundo (o mas bien a su entorno inmediato) al confundirlo con sus propias torpezas. Lo que si hace, sigue el comentarista, en cambio, es oponer el inconsciente poético o universo de constelaciones (diríamos nosotros, inspiración teándrica) a la alternativa de una humanidad que se niega la expresión.


 


            Y así, vale más una vida corta y gloriosa, que aspire al laurel. Como él lo hizo.


 


 


¡Cantad, oh, Poeta!


Cantos de antaño,


No mires con desdén


a tus costados.


 


Ignora el vulgar,


Aullido mundano, y canta


A la naturaleza,


A tus hermanos.


 


A la fuerza del sol,


A la pureza del aire,


A la inmensidad de los mares,


Y la profundidad de los cielos y sus guardianes;


 


A la frescura del valle,


Y a la espesura de la selva;


A las alturas de las montañas,


Y la firmeza de las piedras.


 


¡Cantad, oh, Poeta!


A la prístina luz de las estrellas,


A la noche sin negrura,


Y a la mágica locura.-


 


¡Que la Lira despierte,


el sentir del derrotado


y el son de los amores, embriague


al peregrino, al perseguido, al olvidado!


 


Y juntos, entonando perdidas canciones,


De amor y de guerra, ¡marchemos!


Al encuentro de los nuestros,


Lumen buscamos.


 


¡Cantad, oh, Poeta!


Que somos muchos los necesitados,


Que no es de ellos la Hora,


Sino nuestra.


 


                                                                                  Demódoco, en el ostracismo.-



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